El reguetón: comentarios y testimonios al margen de una polémica

Idiel García

Desde hace algún tiempo vengo buscando un pretexto para expresar ciertas opiniones con respecto al Fenómeno Reguetón. Si no lo hice antes no se debe a ninguna clase de temor a exteriorizar esa opinión, sino a una interrogante de carácter casi ontológico: ¿vale la pena emplear determinada cantidad de tiempo en algo tan vano, vulgar, efímero? Sé que el género mismo no lo merece, pero ya no se trata de él, sino del futuro de nuestra música, y más allá de la música misma, el futuro de los jóvenes cubanos que, idiotizados por este lastre sonoro, y por una educación tambaleante cimentada en el facilismo y el oportunismo, se dejan engañar por falsos ladridos de sirenas. La consabida pobreza musical y monorrítmica, la excesiva vulgaridad textual, la carencia de valores éticos y morales que promueve, la repetitiva formula temática caracterizan a este género. A pesar de eso, casi desde sus mismos orígenes ha gozado de un amplio nivel de difusión que, en mi opinión, no solo ha logrado confundir a los espectadores, sino también a ciertos grupos con inclinaciones musicales y escasos conocimientos, que se han abandonado a las garras de terciopelo del Fenómeno.

A mí, como a la gran mayoría, me ha tocado sufrir los asaltos del monstruo. Vivo en un barrio rural, muy rural, de poco más de doscientas casas, a unos cuantos kilómetros de un municipio bastante alejado de Villa Clara, donde a toda hora soy bombardeado con pésimos temas del género de marras por parte de familiares, amigos y vecinos. Ni en el propio sector cultural uno se siente seguro de los asaltos.

Valga si no esta anécdota:

En una presentación nocturna de libros que se desarrolló en uno de los Festivales del Libro y la Literatura en las Montañas, los operadores de audio de una de las Casas de Cultura estuvieron atormentándonos con música tan sublime durante toda la actividad. Recuerdo que me tocaba presentar mi primer libro, luego de hecha la presentación me dispuse a leer unos poemas y se me acercó uno de los operadores de audio para preguntarme si quería que me pusiera algún fondo musical, yo, que sospechaba alguna barbaridad, le dije que no acostumbraba a leer con música porque me ponía nervioso, pero él, derrochando amabilidad por todos los poros, se empeñó en que sí, por cortesía le pregunté cual era el fondo musical que tenía y él, siempre solícito, dejó escuchar el ritmo desafiante y prepotente de Candiman, reguetonero tan afamado como Osmani García.

Si me tomé el trabajo de contar esta triste anécdota fue solo para llamar la atención sobre un par de asunticos. Pues en el hecho de que el reguetón goce de los favores de determinado público para nada insignificante, todos somos culpables. Unos por difundirlo de manera tan despótica e irresponsable, otros por la indiferencia y otros por la pasividad. Con tristeza he visto como los instructores de arte que ejercen en las escuelas primarias de acá, no solo permiten, sino que además promueven entre los niños semejantes artefactos musicales. He visto a niños de todos los grados (de preescolar a sexto), bailando reguetón al ritmo del chupi-chupi, de la gasolina y de una inmensa variedad de engendros ni mejor ni peor dotados que estos. Y todo ello con la venia de instructores, maestros y directores de escuela.

En una ocasión le pregunté a una prima que cursaba el sexto grado en la escuela Mario Muñoz de 26 de Julio qué música ponían en su escuela cuando había alguna actividad:

—Cuando hay visita —me contestó—, canciones infantiles y de Silvio.

—¿Y cuando no hay? —le pregunté con la seguridad de que ya sabía la respuesta.

—Reguetón.

Si tanto en la cultura como en la educación goza de semejante nivel de tolerancia, ¿qué quedará para el pueblo? Desorientado por los medios de difusión masiva, por programas mediocres como 23 y MColorama, Tiempo JovenLucas, Piso 6  y tantos otros.

 Pero habría que calar más en esa raíz podrida.

Ahora recuerdo un hecho que se nos dio hace un par de años por acá, a raíz de una peña que hacíamos en el Museo Municipal, y a la que invitábamos escritores, actores, músicos, y teóricos. La peña de marras trataría sobre la música popular cubana y su contribución o no a la identidad nacional, a ella habíamos invitado al trovador Rolando Berrío, al grupo de música de danza folclórica afrocubana Obabachanganá, aficionados de excelente factura musical y proyección escénica, y a un reconocido filólogo, profesor en la UCLV, quien impartió una conferencia titulada Música popular cubana y colonización. Pero costó, hubo quien pidió que retirásemos la conferencia, alegando que las instituciones culturales no son un espacio para el debate, solo para la cultura (como si el debate no fuera parte de esa gran maquinaria movilizadora que es la cultura), y que el público no estaba preparado para el debate. Por supuesto, no aceptamos las condiciones. La peña fue un verdadero éxito, no solo por la asistencia de público (más de setenta personas), sino por el alto nivel de profesionalidad de los debates y la sutileza de gran parte de las opiniones. En el debate participó un integrante de un grupo de reguetón de la localidad, que también se expresó y fue respetado. Sin embargo, ese encontronazo con la oficialidad y la burocracia acabó con la grandeza de la peña. Un amigo escritor en el que recaía la mayor parte del peso de esa peña (los artistas que acudían invitados por él, tenían en su casa cama y mesa segura, lo hacían por verdadero amor al arte), acabó por desencantarse, convencido de que a algunos dirigentes no les interesaba hacer verdadera cultura (la cultura profunda), que todo era una pose ante determinadas tareas orientadas “desde arriba”. Y casi he llegado a convencerme de que no le faltaba razón.

Luego de esos fatídicos sucesos y de otros que no vienen a cuento, luego de ver cómo nuestros medios de comunicación, cada vez más banales y alejados de la realidad, dan bombo y platillo a estos defenestrados productos voceros de un falso populismo: me pregunto si no habrá una marcada intención detrás de todo ello. Recordemos que los jóvenes son el futuro y que la cultura crea la identidad así como la identidad a la Cultura. Alguien, en todo este debate a raíz del escatotexto de Osmani García, mencionaba la posibilidad de que se quisiera borrar el pensamiento de los jóvenes, ¿tendrá razón? ¿No será esta una buena lectura? Si no piensas, no te buscas problemas. O quizás: si no piensas, no me buscas problemas. Espero que no, sería bastante triste. Sería como un suicidio. La Revolución necesita pensadores, verdaderos revolucionarios, comprometidos con el destino futuro de la nación y no falsos apóstatas refugiados bajo las alas recogidas del poder.

Me parece fructífero que se haya llegado a este nivel de debate, es una lástima que solo una parte casi invisible de nuestro pueblo tenga el acceso a este medio para poder expresarse, yo, como Dayara, no quiero verme representado por “La Voz” ni por ningún otro reguetonero esteriotipado, repetitivo, vano y mediocre. Ya era hora de que alguien le dijera esas verdades. Aunque estoy de acuerdo con aquellos que piensan que prohibir no es la solución. Cuba debe ser un espacio para la libertad, aunque también debe serlo, por sobre todas las cosas, para el respeto. Si bien creo que el tal chupi-chupi no debió retirarse del concurso, pienso que nunca debió permitírsele llegar a él, pero ya que estaba, pase…

El texo… ¿se le puede llamar texto, así, limpiamente?

El chupi-chupi es una verdadera obra maestra de la chapucería, el facilismo, el oportunismo más ramplón, la chabacanería de letrina, la violencia y, como si no bastara, aúna la cursilería a la vulgaridad con una versatilidad asombrosa, ¡con lo difícil que es de lograr! ¿Qué clase de persona es la que da su voto a semejante engendro? ¿De qué vive? ¿Qué clase de trabajo específicamente es el que le saca ese tan discutible sudor? ¿En qué piensa? ¿Qué sueños le quedan? ¿Qué espera para su familia, para sus hijos ¿Daría esta clase de ejemplos a su hija de quince años?… Y ya que rozo levemente el tema, no estaría de más hacerse una pregunta: ¿a la mujer, qué lugar le otorgan estas malsanas producciones? Alguien aclaró, y creo más que necesario reiterar, que son infamemente tratadas como meros objetos decorativos o utilidades de segunda, puestas al servicio del macho, como si su lugar en la civilización no fuera otro que servir a los deseos sexuales y perversiones de cierta clase de hombres que, faltándoles el respeto de manera tan sucia, no saben que se lo faltan a sus propias madres. ¿Qué diría a ello nuestro Martí? ¡No quiero contestármelo ni con el pensamiento! Y lo peor de todo es que muchas jovencitas le rinden el culto que tal vez no les rendirían a quiénes las respetaran como seres humanos. Ahora me viene a la memoria un diálogo que tuve con una alumna de décimo grado en un preuniversitario de acá en el que imparto un taller de creación literaria. Ella me interrogó sobre cuál música es la que prefiero. Luego de nombrarle a un grupo tan grande como diverso en estilos, corrientes y géneros, al parecer no satisfecha con mi respuesta, insistió si no me gustaba Osmani García.

—Pues claro que no —le dije—. Me gusta la Música.

—Si Osmani García es el mejor —categorizó ella.

Traté de explicarle, de la manera más racional y siguiendo la lógica del buen comunicador.

—Pues cuando vino aquí —dijo cuando hube terminado— yo hasta le tiré un ajustador para el escenario.

¿Ante esa actitud qué otra cosa decir? ¡Por Dios!, el arte cumple una función sociotransformativa, no nos olvidemos. Y si bien esta clase de bodrios difícilmente podrían considerarse obras de arte, en ellas están presentes (aunque algo deformadas, es cierto) al menos tres de estas funciones estéticas: la hedonista, expresada en el narcisismo y egocentrismo hiperbólicos; la sociotransformativa, que en el caso que nos ocupa probablemente sería más acertado hablar de una función sociodeformativa; y la informativo-comunicativa, aunque el aspecto informativo sobrepasa con creces al comunicativo. Y basta con ellas para acentuar la futilidad de dichos textos y hacer la obra del Maligno, para decirlo cristianamente. Pero valga recordar, como ya se ha dicho, que a este desorientado intérprete le ha tocado pagar por tantos otros limpiamente tolerados y difundidos con benevolencia a lo largo de toda Cuba. Le tocó ser el conejillo de indias. Y todos sabemos que letras de esta obscena familia no nos han faltado a lo largo de este tiempo. Creo justo apuntar que tildar de pornográfica a esta letrilla me parece excesivo, y honor inmerecido (recordemos a Joyce). El consumo público y masivo (generalmente en grupos), limita al texto a un carácter de vulgar obscenidad y pésimo mal gusto. La mayor parte de su discurso solo suscita deseos de vomitar. Y en cuanto a sentimientos, el asco, la compasión y la risa a lo sumo. Aunque no niego que puedan darse recepciones pornográficas de la misma.

En todo este ya penoso asunto ¿qué papel juegan las políticas de divulgación y de promoción? ¿Cuál es la verdadera causa de que un fenómeno como este haya llegado a este nivel esquizofrénico de popularidad? ¿Cómo es posible que un pueblo como el nuestro (a mí esa poción no me parece nada pequeña), con acceso libre y gratuito a la educación desde los cinco años, asuma, consuma y legitime productos de tan lacustre calidad? ¿Por qué vías llegan estos productos a los medios de comunicación? Creo que las causas son más profundas, no se quedan en el terreno de la música y la divulgación. Pero eso escapa a la intención de unas notas como las presentes.

Solo quiero recordar, sobre todo a aquellos que son padres, o lo serán en un futuro cercano: un niño que consuma a lo largo de su infancia y/o adolescencia semejante ristra de disparates e improperios no será ajeno a las huellas de dichos golpes. Los seudovalores que promueve esta clase de productos solo pueden crear seres confundidos y degradados moral y éticamente. El buen arte hace crecer al hombre. Pero quienes consumen irresponsablemente estas ideologías de lodazal se quedarán pequeños para toda la vida. Aunque a ellos tal vez esto los haga felices. El mismo Osmani García lo dijo en su irrespetuosa y mediocre carta a Dayara, “hasta a los niños de un año le(s) gusta” y es que eso solo pueden aceptarlo impunemente los niños de esa edad, cuyos cerebros aún no se han desarrollado del todo.

Acerca de ogunguerrero

Oggun, orisha guerrero; con Oshosi, dueño del monte; con Elegguá, domina sobre los caminos. Mensajero directo de Obatalá. Rey de Iré, vaga por los caminos solitario y hostil. Jorge Angel Hernández, poeta, narrador, ensayista (31/8/61)
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3 respuestas a El reguetón: comentarios y testimonios al margen de una polémica

  1. Omar Montes dijo:

    Me parece escritor que desterrar al genero y crucificarlo no es la solucion y usted toma parte en ello, aunque despues de tanto verbo le tira una toalla.Acepto algunos puntos, otros discrepo por completo y por ultimo: Haga su valoracion de manera general a la musica cubana.Donde en la actualidad hay mucha falta de sentido comun, mediocridad y seudoarte.Ejemplos: empiece por el Tosco, Charanga Habanera, en fin, hay muchos de los cuales puede tomar referencias.Amen que hay que hacer un analisis de porque este impacto e insercion entre la gente.

  2. ogunguerrero dijo:

    Omar Montes: Gracias por las sugerencias; trataré de hacerle llegar al autor su criterio. Tampoco yo comparto todas sus opiniones pero tiene como favorable que no evade tomar partido estético y hasta ético acerca de la que como cultura se produce. Lo que le reclama usted al trabajo de Idiel da para varias lanzadas, necesarias, y que seguramente enseñarán otras aristas del fenómeno. De cualquier modo pienso que no es lo mismo el tosco, o la charanga, que el caso del chupi chupi, que ni como humor funciona. Y la popularidad viene de la propia manipulación mediática, más cómplice de la vulgaridad que el propio público.

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