En el estado de Aragua, camino al fin del mundo

Crónica de un viaje a Venezuela

El poeta Vega Chapú y el Dr. Ávalos celebran el reencuentro en Maracay

Arístides Vega Chapú
(entrega exclusiva para Ogunguerrero)
Después de una semana de estancia en Caracas, la ciudad de Maracay me pareció un barrio de la capital venezolana, quizás por los altos edificios y las avenidas y la vida agitada de sus gentes.
Y es que esta ciudad, a la que llegué en la dudosa fecha del veinte de mayo, capital del estado de Aragua, además de su cercanía con Caracas tiene una población, y una vida económica muy activa, lo que la convierte en una de las urbes más populosas y visualmente privilegiada por esos códigos con que uno mide la importancia de una ciudad que visita por primera vez.
En Maracay me reencontré, después de muchos años sin vernos, con un amigo con el que había estudiado en la Escuela Vocacional. El Doctor Alejandro Ávalos, que para mí sigue siendo el mismo Menchaca amoroso de la escuela que ahora me acompañó en esta ciudad desconocida evitándome todo tipo de contratiempos.
Una plaza de toros, rodeada por un acogedor parque en el que se levanta una escultura al valor del torero, un museo de la cultura indígena, con valiosísimas piezas recopiladas por un matrimonio que ha dedicado parte de su vida a preservar este legado y artesanos de valía que muestran y trabajan a la vista de todos sus obras, hacen de este sitio uno de los lugares privilegiados de esta ciudad que pese a la altura de sus edificios, su urbanidad y tránsito de sus avenidas tiene toda la atmósfera de ciudad del interior.
Una biblioteca pública iluminada y bien dotada de títulos y una Escuela de Música en que niños y jóvenes están llamados a integrar las orquestas sinfónicas infantil y juvenil, instituciones que han adquirido prestigio en el estado, se levantan en sendos edificio modernos y bien conservados, rodeados de jardines y esculturas que hacen descubrir, visualmente, que se trata de una edificación destinada a la cultura.
Avenidas de varios accesos en que se privilegian a ambos lados los comercios grandes y pequeños, los centros comerciales más vistosos, bares, heladerías, panaderías y los locales de venta de números de la lotería.
También la ciudad cuenta con el teatro Ateneo y una espaciosa sala de proyecciones de películas capitaneados por la Cinemateca, un museo del aire con varias piezas que incluyen aviones de varios tamaños y la Librería del Sur, con precios muy populares y un surtido de libros de literatura nacional e internacional que admira, satisface y encanta.
Maracay es una ciudad de poetas. Eso me lo aseguró Wily, el chofer del Gabinete Cultural del estado de Aragua después de presentarme a las poetisas América Surita, Lucila Balza, Carmen Alida e Isabel Rivas.
Habíamos regresado de La Victoria, una comunidad a varios kilómetros de la ciudad y donde nos habíamos reunido con promotores culturales, escritores y cultores en la Librería del Sur que ocupa un espacioso y privilegiado local dentro de la Casa de Cultura cuando fuimos encontrándonos con las creadoras, por casualidad o porque era obvio que la ciudad estaba tomada, a escala de poesía, por las mujeres.
Una ciudad de poetisas me dije a mi mismo. Entonces aún no había conocido al poeta Manuel Cabesa que me invitó a su programa de radio en que se convoca a debatir cualquier tema cultural de actualidad e interés.
Fue el propio poeta quien me regaló sus poemas reunidos bajo el título de Un lento deseo de palabras, publicado por Monte Ávila Editores Latinoamérica y que recoge parte importante de su producción creativa de 1980 al 2003.
Manuel Cabesa nació en Caracas en 1960, pero desde el año noventa y cuatro vive y trabaja en Maracay, donde ha ganado un importante espacio en la activa vida cultural de esa ciudad. Es además bibliotecario, ensayista, narrador y coordina un taller literario, además de la conducción del programa radial que siempre intenta acercarse a los polémicos temas de la cultura.
En un popularísimo bar, tomándonos unas frías cervezas Polar, me leyó parte de su producción más reciente, me presentó a dos jóvenes narradores integrantes de su taller literario y como era de esperar hablamos de Cuba y de su larga historia lírica. Comparto uno de sus textos y con ello estoy reverenciando la poesía que testifica desde Maracay los muchos sueños que allí inspiran un prometedor tiempo:

El olor del pan

De todos los olores
es el del pan
el que más se me parece a la poesía.

El espíritu se regocija
ante su aroma
como la frescura
del cuerpo amado

De todos los alimentos
sólo el pan
comparte con dignidad
la mesa del poema.

Acerca de ogunguerrero

Oggun, orisha guerrero; con Oshosi, dueño del monte; con Elegguá, domina sobre los caminos. Mensajero directo de Obatalá. Rey de Iré, vaga por los caminos solitario y hostil. Jorge Angel Hernández, poeta, narrador, ensayista (31/8/61)
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