Las bases ideológicas del plattismo cubano

Jorge Ángel Hernández

La Enmienda Platt se firmó en Cuba el 2 de marzo de 1901. Se trataba de un apéndice a la Constitución de la República, aprobada en febrero de ese mismo año, cuyas bases ideológicas se ajustaban al pensamiento del liberalismo burgués del siglo XIX. La presentó el senador estadounidense Orville H. Platt como enmienda a la Ley de Créditos del Ejército, de ahí el nombre con que pasó a ser conocida. Gobernada entonces por Leonardo Wood, Cuba se hallaba bajo la égida de la intervención militar estadounidense y había estado bajo la presión de la opinión pública y las luchas políticas acerca de las relaciones futuras con los EEUU.

William Mc Kinley, presidente de los EEUU, anunció claramente ante el Congreso, el 5 de diciembre de 1899, sus intenciones respecto a la Isla: “La nueva Cuba, al levantarse de las cenizas del pasado, necesita estar sujeta a nosotros por lazos de singular intimidad y fuerza para asegurar su prosperidad duradera.” Con esta alocución, quedaban claros los preceptos a seguir: singular intimidad y fuerza, que significa sujeción incondicional a la política exterior estadounidense, y aseguramiento del progreso, lo que redunda en dependencia económica y asunción civilizatoria del modelo emergente de la democracia norteamericana.

Las circunstancias para la firma de la Enmienda Platt fueron impositivas y se condicionaron, incluso, al establecimiento de la República. Y por la República se había llevado a cabo la revolución independentista. Así, tras los frustrados intentos de los comisionados que viajaron a los EEUU con la intención de conseguir reformas en el texto, y sucesivas votaciones adversas, consiguieron aprobarla, el 12 de unió de 1901, con solo cinco votos de diferencia: dieciséis a favor y once en contra.

En el panorama anexionista nacional pugnaban contra el reconocimiento pleno de la independencia, propuestas como la del anexionismo inmediato, impositivo y de facto; la anexión a más largo plazo, tras un periodo de establecimiento de condiciones propicias; o la adopción de formas semejantes al colonialismo inglés, camuflado tras el desarrollo industrial y las libertades de inversión extranjera. Entre los partidarios de la anexión inmediata se hallaba el trust del Azúcar, que defendía el empoderamiento de sus intereses económicos en la Isla. Con la experiencia de las libertades arancelarias del periodo de ocupación militar, habían comprobado que les sería difícil, si no imposible, desplazar la competencia europea en el ámbito de las relaciones comerciales bajo un sistema de puertas abiertas, como llamaron al nuevo experimento que convertía a “La Perla de las Antillas” en un laboratorio con vistas al futuro del Caribe y América Latina.

Se importaba en la Isla desde EEUU nada menos que el 45,9% de todo el comercio nacional, cifra que era la más alta de Latinoamérica para las exportaciones estadounidenses. Apenas transcurrido el primer año de intervención militar, habían duplicado sus exportaciones y se ratificaban como el primer socio comercial de Cuba. No bastaba, sin embargo, para la hegemonía del imperialismo monopolista en ascenso, y era preciso aplicar su definitiva política del “Gran Garrote”.

Las libertades arancelarias del gobierno interventor comenzaron a regir en Cuba a partir de diciembre de 1898, cumpliendo con la perspectiva de Mc Kinley de insertar el progreso en la Isla para la singularidad, dominadora, de sus lazos con la potencia. Fue, en cuanto al crecimiento económico, un paso de avance para el comercio cubano en relación con el injusto y retrógrado sistema de aranceles español. Por fin, Cuba se enfrentaba a una apertura al mercado mundial sin las insostenibles restricciones de España, aunque bajo el control fiscal de las ganancias por parte de los EEUU. Así, era el propio comercio cubano el que sufragaba los gastos militares de la intervención, sus reformas sanitarias y urbanas, e incrementaba además empleos y salarios. Una sensación de progreso que sentaba las bases para fomentar la discusión anexionista, o, en su lugar, de dependencia económica y vanagloria del sistema político.

Pronto, y a pesar del crecimiento de las exportaciones, los propietarios azucareros cubanos estarían endeudados con la banca norteamericana y comenzarían su intenso cabildeo para establecer un Tratado de Reciprocidad Comercial. Este se firmaría en diciembre de 1902, con su correspondiente ratificación en 1903, y dejaría el camino listo para la dependencia económica, de conjunto con la fiscalización política de la nación. Se trataba de un acuerdo en suma desventajoso, mediante el cual apenas el azúcar y el tabaco cubanos alcanzaban rebajas de hasta el 20% en tanto numerosos productos norteamericanos eran beneficiados con rebajas de entre el 20 y el 40%. Y mientras EEUU seguía su amplio comercio mundial, a Cuba se le negaba la posibilidad establecer tratados con otras potencias. El desequilibrio en la balanza comercial de Cuba fue, por consecuencia, en aumento. Le sucedió una serie de firmas de convenios que ponían de inmediato en práctica los efectos de la Enmienda Platt: el Tratado Permanente, el 22 de mayo de 1903, destinado a recoger todo el articulado de la Enmienda; el Convenio de Arrendamiento para estaciones navales, el 2 de julio de 1903, con la proyección de bases en Guantánamo y Bahía Honda y, en 1904, el Tratado sobre la Isla de Pinos, que cesaba, tras intensas protestas y manifestaciones de oposición nacional, las intenciones estadounidenses de apropiarse de ese territorio. La renuncia a ocupar la Isla de Pinos constituía, a fin de cuentas, el único pago al esfuerzo de los cabilderos plattistas.

Tanto la Enmienda Platt como el Tratado de Reciprocidad Comercial, dejaban legalmente establecidos los fundamentos para el carácter neocolonial de la República y para descargar sobre una supuesta incapacidad criolla para gobernar, las limitaciones de la Democracia partidista. La oligarquía cubana de entonces no tuvo reparos en vender la soberanía de la nación cubana por la promesa del crecimiento de sus propios dividendos y, desde luego, por rapiñar privilegios comerciales. De ahí que tanto el Círculo de Hacendados y Agricultores como el Centro de Comerciantes y la Sociedad Patriótica de Amigos del País, aceptaran la Enmienda y presionaran para que se firmara. De ahí, además, que el apoyo del Norte se volcase en la candidatura del posterior triunfador, Tomás Estrada Palma, uno de los artífices del pacto, y en contra de Bartolomé Masó, enemigo público de la Enmienda Platt.

Los plattistas del siglo XXI, apoyan el bloqueo económico, impuesto por los EEUU desde 1962 y condenado por la Asamblea de Naciones Unidas en sucesivas votaciones de mayoría a brumadora, y supeditan las posibilidades comerciales de Cuba a su inserción en el panorama del neoliberalismo global. Adquieren de la estrategia injerencista estadounidense sus tácticas de acción, en franca concesión a sus imposiciones. Condicionan además la soberanía nacional al ejercicio del voto ciudadano en la competencia electoral propia de la Democracia liberal y no reconocen su participación activa en el sistema constitucional vigente. Y enconadamente niegan, por demás, la trayectoria de luchas emancipatorias antimperialistas que han marcado nuestra Historia. No es de dudar, tampoco, que se harían abanderados de la firma de uno de los desventajosos Tratados de Libre Comercio que EEUU reserva para los países de América Latina, todo, por tal de conseguir un buen negocio, una empresa próspera o, siquiera, un salario holgado que les permita adquirir las super novas tecnológicas del consumo global.

Publicado en Cubasí

Acerca de ogunguerrero

Oggun, orisha guerrero; con Oshosi, dueño del monte; con Elegguá, domina sobre los caminos. Mensajero directo de Obatalá. Rey de Iré, vaga por los caminos solitario y hostil. Jorge Angel Hernández, poeta, narrador, ensayista (31/8/61)
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9 respuestas a Las bases ideológicas del plattismo cubano

  1. Francisco A. Dominguez dijo:

    El problema, para el cual usted no ofrece solución, es encontrar la fórmula mediante la cual Cuba pueda integrarse al mercado mundial -de mercancías y, por ende, de trabajo- sin caer bajo las garras del imperialismo, garras bajo las cuales han caído Viet Nam, China, India, Brasil o cualquier otro país que desee producir, vender y comprar en el mundo de hoy de capitalismo transnacional financiero y monopolista, y sin depender de lo que pueda ocurrir en unas elecciones extranjeras o con la vida de un líder extranjero, y sin caer en una situación de economía neocolonial como la que sostuvo Cuba en su relación con la Unión Soviética, hecho que se ejemplifica con el colapso económico sufrido por el país en la década de los noventas, del cual más de 20 años después no se ha recuperado. En fin, que Cuba no ha dejado jamás de ser una neocolonia económica, por lo que este artículo suyo no pasa de propaganda -lamento decirselo-, ni tiene perspectivas de dejarlo de ser.

    • ogunguerrero dijo:

      Sr. Francisco A. Domínguez, si compara Ud. las dependencias económicas de la Historia de Cuba, deberá reconocer que la sociedad toda recibió importantes beneficios, y un auténtico paso de inclusión, con el periodo revolucionario. El asistencialismo y las subvenciones del CAME detuvieron el desarrollo, pero no alienaron a la sociedad, que creció culturalmente (en su más amplia conceptualización), aunque se deprimió en los niveles de consumo de la moda y la tecnología comercial, que son medida esencial del confort capitalista. Acaso comparar los ciclos de dependencia a tabula rasa sea lo más cercano a un acto propagandístico.(Aunque Ud. solo añade un pequeño comentario a mi breve artículo, en los cuales no se puede, ni de su parte ni de la mía, «resolver el problema»). Ambas posturas reflejan sin embargo la perspectiva ideológica que marca nuestras conductas. El pensamiento no es neutral y lo ideológico se expresa, quiérase o no. En otras oportunidades he escrito sobre los planteamientos que se proclaman de izquierda ante la transición cubana y trabajo, precisamente, en buscar soluciones, al menos desde la teoría, que es el campo en que me desempeño, para conseguir la autonomía relativa necesaria en el camino al socialismo. Le recomiendo también revisar mi libro Sentido intelectual en era de globalización mecánica, Ciencias Sociales 2011, donde planteo parte del asunto, sobre todo lo relacionado con el llamado Socialismo Real.

  2. Estoy de acuerdo con usted señor Hernández, en el periodo revolucionario, con un estado mucho más poderoso que el anterior, con una burocracia mayor, un ejército mejor preparado y unos organismos de la Seguridad del Estado de primer órden, todos los cubanos quedaron incluidos, o sea contados, o controlados, sin que ya nadie se le escapara a la maquinaria metaestructural que constituye el Estado. El estado pre-revolucionario, mucho más débil, se olvidó de contar, o incluir, a los guajiros de la Sierra Maestra en el conjunto de subconjuntos cubanos, y ellos, desde la frontera de la no existencia, dejados a su libre albeldrío, fueron los que hicieron que la Revolución triunfara. Esta, por supuesto, se encargó después que nadie quedara olvidado, ni los revolucionarios, ni los contrarrevolucionarios, ni los neutros; todo el mundo cabía dentro de una clasificación, y para cada subconjunto había una solución preparada de antemano, desde escuelas de arte a campos de re-educación. Es en fin algo que, como mostrara Focault, surge más o menos en el siglo XVIII, cuando el estado deja de contar a individuos y pasa a contar grupos, y que en Cuba han perfeccionado, lo cual convierte a la maquinaria estatal cubana -otra de las importaciones del CAME- no solo en un fenómeno ultramoderno, sino que va a ser prácticamente imposible de derribar, algo que nos recuerda cada discurso de Raúl Castro.

    Por lo demás me parece que simplifica usted demasiado las cosas al considerar que la dependencia del CAME, pero sobre todo de la Unión Soviética, resultó en que la sociedad “se deprimió en los niveles de consumo de la moda y la tecnología comercial, que son medida esencial del confort capitalista”. Baste recordarle la Libreta de Abastecimiento, existente aún en los mejores tiempos de aquellos tiempos, u otro dato, la disminución en el número de automóviles per cápita… Al final los cubanos no trabajaron menos, sino más, porque ahora hasta tenían que hacer trabajo voluntario; o sea que si no “alienaron a la sociedad”, no fue por aquel aumento en las fuerzas productivas al servicio del hombre del que hablaba Marx, sino por el empeño de crear socialismo donde, según la teoría marxista no se estaba preparado para el socialismo, con lo cual usted está de acuerdo al considerar que se necesita conseguir autonomía en “el camino al socialismo”, es decir que ya hemos bajado un peldaño, ya no vamos camino del comunismo, sino que todavía no hemos llegado al socialismo, y estamos en pleno capitalismo, del cual nunca hemos salido, con la terrible circunstancia de que ahora se quiere construir socialismo a base de crear una nueva clase pequeño burguesa… En fin, que como dijera Lenin, “uno para alante, dos para atrás”, ahora vamos en dirección al siglo XVIII para volver a empezar… Pues si no quieren llegar tan atrás conviertan a las empresas en monopolios capitalistas, dejen que prosperen e industrialicen el país, mientras ustedes los intelectuales concientizan a los obreros para que realicen una revolución, y entonces sí, sin dejarse tomar el pelo por unos cuantos oportunistas chauvinistas, se hagan con el control de los medios de producción, poniendo a los intelectuales a doblar el lomo como cualquier otro. Ese me parece es el camino más corto hacia el socialismo.

    • ogunguerrero dijo:

      Sr. Domínguez, aborda Ud. varios aspectos que demuestran hasta qué punto el debate sobrepasa el pequeño espacio del blog, aunque desde luego este es necesario para mover las ideas. Primero, la equiparación foucaultiana de la formación del Estado moderno del capitalismo con el establecimiento de un Estado proletario, que son dos proyectos diferentes, aun en su historia real y aun con los errores (y desmanes) de la transición. Eso pedía Lenin, pero se vio en la necesidad de introducir la NEP, que retardó las formas de producción capitalistas que el periodo de transición necesita mantener, hasta hacerlas finalmente superfluas. La aceleración artificial del estalinismo lo obligó a sofisticar la vigilancia y el castigo y a acomodar a un solo precepto ideológico los motivos de aceleración policial. Se le escapó la diversidad creadora que para la propia transición hubiese trabajado. No es el caso de Cuba, a mi modo de ver al menos, pues sus métodos de control social, sin los cuales no es posible ninguna sociedad, se imbrican en el proceso desalienatorio. ¿se logra mejor, peor, irregularmente; no se logra en ciertos casos? Es parte de todos los procesos sociales y es un error de previsión teórica no incluir esto en el tránsito. A Cuba, por otra parte, y ya que no está el CAME, se le niega la posibilidad de desarrollar su propia economía, y se le impone un bloqueo condicionado a que introduzca los modos capitalistas de producción y, sobre todo, de reproducción política. De ahí la intelgencia de crear una estructura resistente a la injerencia. Se trata de una plaza sitiada en la que se debe reconocer el verdadero agente del estado de sitio, y no descargarlo sobre el aparato estatal y de defensa, cubano. Eso, lamentablemente, se invisibiliza de la teorización política, pues los patrones ideológicos, como también lo viera Foucault, responden al sistema democrático burgués en sus variantes de bipartidismo hegemónico.
      Y etcétera, que apenas un punto ya alarga demasiado un comentario que reclama ser breve y coloquial.

  3. Francisco A. Dominguez dijo:

    El problema está en la economía centralizada. Existe una relación entre tamaño y eficiencia, la cual, traspasado cierto umbral, se hace negativa. Marx apreció que en el capitalismo del siglo XIX el capital tendía a concentrarse. Cuando Lenin llegó ya existían los grandes trust y carteles, que aliados con los estados daban lugar al capitalismo monopolista de estado o imperialismo. Sin embargo ni Marx ni Lenin se percataron que a medida que una empresa crece también crece la burocracia y los costos de distribución, lo cual se convierte en un retroceso para el avance económico. Kolko ha mostrado como aquellos trusts de principios del siglo XX, los que Lenin deseaba copiar, no podían competir contra las empresas emergentes pequeñas, que incurrían menos costos –el motor eléctrico favorece la descentralización- y por tanto vendían más barato. Ahí se las ajenciaron para se que aprobaran todo tipo de leyes –regulaciones- en la Era Progresista que contribuían a la eliminación de la competencia. Es decir, y esto lo hemos visto claramente en la última crisis, el Estado se puso (en realidad ya lo estaba con los ferrocarriles, por ejemplo) en función del Gran Capital… Ahí radicó siempre uno de los grandes problemas de la economía cubana: copiar un sistema intrínsicamente ineficiente.

    Pero ahí no radica todo el problema, pues por muy ineficientes que sean las empresas grandes capitalistas no hay duda de que producen mucho más y mejor que las socialistas. Ahí es donde entra me parece a mí el factor humano, que bien o mal una empresa capitalista tiene que producir… o desaparece. Hay un costo para los gerentes y administradores. Una empresa socialista, funcione como funcione, siempre está ahí, salvada (más o menos como esos bancos y banqueros que hacen lo que les de la gana porque saben que el Estado los va a salvar en este socialismo corporativo de los USA). Ahora parece que en Cuba se quiere arreglar eso, y yo lo veo muy bien… La cuestión está en cómo se hará la determinación de cerrar un empresa desde arriba. En el capitalismo se cierra desde abajo: los consumidores se encargan de ello. Yo creo que la solución para el socialismo es la misma, que los consumidores se encarguen; pero dado que es socialismo solo puede ocurrir de una manera: que los consumidores –nadie más que los obreros y campesinos mismos- sean los auténticos propietarios de las empresas, con autoridad, sin contar con nadie, para destituir al aparato administrativo. Bien fácil, cada ciudadano se convierte automáticamente en un accionista, con derecho –un hombre, un voto- a elegir a un Consejo de Dirección Popular (como los consejos de dirección de las grandes empresas capitalistas, pero salido del pueblo, no de “gente importante”) que a la vez gobierne sobre los gerentes y administradores. Dado que todo ciudadano es accionista-consumidor-trabajador no importa que operen leyes de Mercado, pues al final los beneficios se reparten entre todos los ciudadanos –todos son rentistas.

    • ogunguerrero dijo:

      ¿Quién garantiza que la repartición accionista en las empresas voto por hombre (o mujer), no se convierta en un juego de asociaciones y soluciones a favor de personalidades carismáticas? ¿U otros muchos ejemplos de apropiación a través de la legalidad? La solución tiene que estar en la integralidad que ha de lograrse entre las funciones del Estado, las de gobernación y administración con la participación ciudadana, que incluye el necesario revolucionamiento que debe dar la sociedad civil al profuso panorama institucional que integra. La generación de una burocracia que puede suplantar el poder popular es a mi modo de ver el más vigente aporte de Weber, cuyas soluciones acerca de la ética protestante tampoco han resultado. Por eso hay que buscar hacia el futuro la solución, sin miedo a la crítica, pero sin abrir las puertas comerciales al dominio y al proteccionismo. Por eso pienso que el camino aun va hacia el socialismo.
      La eficiencia productiva, por su parte, se sigue midiendo sobre la base de obviar los niveles de explotación del empleado, es decir, sigue vigente el fetichismo de la mercancia, y el del salario. En el socialismo, aun en los casos más pobres, el crecimiento del salario real es palpable y aunque esto tenga doble filo, pues crea un asistencialismo institucional que sedentariza a la población (le preocupaba esto a Martí, por cierto), cambia la estructura del consumo. Y cambiar esa estructura significa que cambia el sistema de necesidades y, por consiguiente, la perspectiva de las libertades. El come piedra verde es, no obstante, la burocracia institucional, que genera la división entre Estado y sociedad, y secuestra para sus propios intereses los efectos de la renovación ideológica.

  4. Francisco A. Dominguez dijo:

    Estoy de acuerdo que la repartición de accionistas de las empresas, en el caso cubano más de 11 millones de accionistas por empresa X -de nuevo, derecho constitucional-, no garantizaría que «no se convierta en un juego de asociaciones y soluciones a favor de personalidades carismáticas», pero en cambio, de establecerse las bases legales e institucionales pertinentes, sí garantizaría que un Consejo de Dirección que permitiera que, por ejemplo, la empresa productora Y de papel de baño nos obligue a utilizar papel periódico, o que la fábrica de calzado Z produzca zapatos que se rompen tras el primer aguacero, fuera revocado, junto con administradores, gerentes y demás, o incluso llevados ante la justicia, pues no creo que haya ninguna persona carismática que logre convencer en una atmósfera de debate libre a 11 millones de consumidores, accionistas, que no queda más remedio que limpiarse con papel periódico o usar zapatos rotos por más de dos años. De la misma forma que se pueden organizar asociaciones para los de arriba, se pueden organizar asociaciones para los de abajo, para los que se limpian con papel de periódico o llevan zapatos rotos, y a ver quién gana… Quien ha ganado y quien ha perdido hasta ahora, o sea, quien se limpia con papel de baño todos los días y usa zapatos que no se rompen tras el primer aguacero, lo sabemos todos.
    Y claro que dentro de una sociedad socialista, esos accionistas-consumidores serían también trabajadores, por lo cual las leyes también se centrarían en ellos, pues solo faltara que la gente que trabaja en su versión de consumidor-accionista exija medidas severas contra ellos mismos en su versión obrero, teniendo en cuenta que no desaparece ni la propiedad socializada ni se crea una nueva clase de propietarios, pues estos son todos los ciudadanos del país. Los miembros de los Consejos de Dirección seguirían siendo trabajadores, con su función en el Consejo voluntaria, sin salario, además de que el Consejo de Dirección, además de miembros de la comunidad, debería incluir trabajadores, los cuales también aprobarían el nombramiento de sus jefes, los gerentes y administradores, mientras las empresas podrían adoptar formas gerenciales democráticas y participativas…
    Los peligros que usted plantea ya existen hoy y parecen enraizados…. Yo creo que hay un mundo de posibilidades enorme, siempre y cuando se quieran explorar… Nada es perfecto, excepto la inacción: de ella obtenemos Nada.

    • ogunguerrero dijo:

      Sr. Domínguez, de inmediato me ha recordado Ud. el cuento de Slawomir Mrozek del campesino que plantea los problemas de la cooperativa con emotiva vehemencia y es promovido de inmediato a un nivel superior sindical, y así susesivamente hasta que termina haciendo ese papel de por vida en reuniones y Congresos, sin resolver los problemas de la cooperativa que tanto le interesaban (no recuerdo el título, pero lo leí en la edición de El elefante de Seix Barral, 1963, que ahora no tengo a mano). Cae, pues, en manos de la burocratización institucional. La introducción de elementos de control sistémico del capitalismo, no funciona como sistematización del socialismo, aunque así se piense, pues las bases de socialización son diferentes, por más que la propaganda enemiga insista en lo contrario, ya sea de modo vulgar y directo ya de manera teórica y académica. El error sigue estando en no trabajar a fondo con los elementos, sistémicos y antisistémicos, que operan dentro de la sociedad en tránsito, y en que por esa vía el sistema de planificación también se separa de la sociedad, como Ud. apunta, aunque según su visión de búsqueda de solución. Los partidarios de la acción comunitaria llaman a eso toma de decisiones, pero aun así no deja de estar ligado a la planificación central, que tiene que aprender, entre otras muchas cosas, a incentivar la autonomía regional, local, sectorial, etc., y también a llevar los mecanismos de control a tiempo y teniendo en cuenta las particularidades. de hecho, son más escandalosos los errores asumidos a partir del ejercicio de la autonomía relativa, que los de planificación central, aunque estos últimos repercutan más, desde luego. Solamente en pensar el cálculo de tiempo que lleva conciliar las partes que Ud. propone para colectivizar las decisiones, da fe de la inviabilidad de esa medida. La organización del trabajo y la producción es también una especialidad necesaria que, por su carácter burocrático, debe tener modos de confrontación con la sociedad y con los aparatos centrales del Estado, o sea, que deben cumplirse según lo estatuido al menos, para probar sus debilidades y encauzar sus fortalezas. ¿Por qué eso no se hace?, es la pregunta esencial, que esquemáticamente se responde culpando al Estado socialista, lo cual es a todas luces superficial, epidérmico, y responde a una ideología que intenta prolongar la permanencia del capitalismo global. Parte de la extrema burocratización del socialismo europeo proviene de «solucionar» el problema de la participación con medidas análogas a la Ud. propone, aunque revestida de retórica de construcción socialista y demás. Es un tema, como le dije en el primer comentario, que empecé a desarrollar en Sentido intelectual en era de globalización mecánica, y en el que sigo trabajando para un próximo libro, más centrado en la transición.
      De cualquier modo, es válida la polémica, porque de ella deben salir ideas y señalamientos que esclarezcan las cosas y no hagan del regreso al capitalismo dependiente la solución sine qua non, que es el planteamiento básico del plattismo.

  5. Hay que entender que en lo que yo he planteado no se renuncia a la planificación, la cual es parte esencial del capitalismo monopolista de estado, para empezar. Es imposible conducir una empresa con capital de billones de dólares sin planificación. El problema de la planificación no está en el plan en sí mismo, sino en la contabilidad. Creo que los planteamientos de Mises al respecto, al menos en el aspecto empírico, no han sido desbancados: por muy malo que se nos presente el mercado la oferta y la demanda sirve para contar, y para determinar en qué se debe seguir invirtiendo, en qué no, etc. Por supuesto que el mercado no tiene por qué ser libre, en el sentido de que la sociedad puede decidir de antemano las áreas y los productos que se deben desarrollar, establecer regulaciones, etc. Japón lo hizo y le fue muy bien con un sistema de planificación económica. En este sentido la cuestión es más técnica y de metodología que política. Tampoco vamos a creer que la burocracia va a desaparecer del todo.
    Claro que la colectivización de las decisiones toma tiempo, pero cuánto tiempo depende de cuáles y cómo se colectivicen las decisiones, pues es obvio, por ejemplo, que decidir si se debe o no, si se puede o no, crear un baño para los trabajadores de la empresa X no es asunto que deba ser tratado por todos los ciudadanos de un país… Además habrá empresas que tengan carácter nacional y otras que operen a niveles locales, con el correspondiente efecto el reparto de acciones: una empresa que produce para las pinareños exclusivamente no tendría que tener necesariamente accionistas santiagueros: recuerdese que las acciones ni se compran ni se venden: serían un derecho… Demás está decir que cada accionista-consumidor-trabajador eligirá las empresas a las que dedica su tiempo, según su parecer: un año la fabricación de jabón, al siguiente la de ropa junto con el transporte interprovincial… Siempre habrá alguien en el pueblo para interesarse en algo, sobre todo para sacar a los incompetentes cuando la cosa vaya mal sin tener que esperar a que Fidel se entere… Eso sí toma tiempo… Y este solo es un modelo de los otros que podrían operar: autogestión a la yugoslava, cooperativismo a la Mondragón, gerencia participativa…

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